Esta es la frase que me ha venido a la cabeza nada más bajar del avión y cruzar la Terminal 2 del Aeropuerto de Múnich Franz Josef Strauss. Suerte, que en ese momento antes de entrar en el S-Bahn no hacía frío, es decir que la temperatura era medianamente normal, unos 3°C ó 1°C, la sensación de frío era mayor en mi pueblo, entre montañas y un río que dejaba niebla cada día hasta el mediodía. Pero a lo que iba, en ese momento mi mente se dividió en dos, y por un lado estaba el sol, la luz fuerte, el sol redondo en el cielo, el calor, la no-nieve en las calles, el no llevar guantes ni gorro, el comer muchísimo, los tres platos en cada comida más ensalada, los yogures yogures, el chocolate sin saturación de azúcar, la no precisión en las palabras, la siesta, el mediodía de 2 horas, el comer en familia, el café o el té a 70 céntimos, las barras de pan, el olor a naturaleza sin estrés, el reflejo del sol en las montañas de color amarillo o rojo, el aperitivo o el vermú con tapas, los gritos que cuentan que la gente se conoce (o no), el que cierran las tiendas a las 20h30 o 21h, el ruido de las motos, las bicis en peligro de atropello…
Y por el otro lado, están las casas impecables por fuera que a veces no por dentro, las calles llenas de nieve en invierno, el sol que no se ve como una bola, el calor tímido en verano, el frío seco, las calles limpias, los edificios impecables, las botellas de agua y de zumo gratuitas en los trabajos, el comer en treinta minutos, el silencio, el orden, los coches nuevos y grandes en todas partes, el alto sentido del protocolo, los problemas de comunicación, los carriles bicis sin coches, los carriles bici, las bicis perfectamente regladas, el agua caliente con temperatura siempre constante, el que todo funcione, la seguridad de que nadie te va a robar aunque dejes el bolso en la otra acera, el que no haya ni un alma en la calle desde las siete de la tarde, las brezel y su extraño sabor adictivo, los tés y cafés a más de dos euros, la vida sin estrés, la calma y el zen a la hora del té, el planificar con tres semanas de adelanto como mínimo, la oscuridad, las piedrecitas en las aceras, las filas perfectamente a la derecha de las escaleras mecánicas, las filas inmóviles que dejan bajar del metro con espacio suficiente para salir, el hablar con propiedad, la seriedad, el transbordo de metro a metro en un mismo andén, mi colección de tés, las super tartas del día en cada cafetería, las grandes ventanas sin cortinas, el estilo alemán…
Jolín, no lo has podido describir mejor…..sobre todo cuando comentas que los alemanes viven en un constante protocolo (era más o menos así).Yo creo,que para los latinos lo ideal es ir combinando o disfrutar de la calidad de vida alemana durante unos años, al menos para mí,en ello estoy dándole vueltas a ver cómo nos lo podemos montar. De hecho los alemanes hacen algo parecido pero a la inversa, porque bien sabido es que cuando se jubilan se vienen a tierras ibéricas, por la calidad de vida! De hecho si no he entendido mal, Alemania ya está creciendo mientras el resto de Europa, ahí estamos, sacando el cuello para respirar…son las ventajas del carácter, la educación,el estilo de vida alemán…